top of page

UNA VIDA SIN ALIAS

Antes de ser guerrilleros, fueron campesinos, que, azotados por la desigualdad decidieron hacer una Colombia más justa, pero por el camino equivocado. Hoy Luis y José trabajan de nuevo en el campo viotuno, para cosechar nuevas semillas de reconciliación.  

En 2019 la ARN (Agencia de Reincorporación y Normalización) los invitó, insistenmente, al proceso de reconciliación en Fundapanaca:

— Nos fuimos para Fundapanaca, éramos 30 personas, 28 víctimas y nosotros, los únicos reinsertados— me dijo José Viracachá, excomandante del frente de Silvania en las FARC.

— Fue a las 5 de la mañana, en pleno aguacero, llegamos todos mojados. Las víctimas querían bajarse.

— ¿Por qué ellos? ¿por qué van a viajar esos manes? — decían varias víctimas, invitadas al mismo lugar. Mientras, la psicóloga del momento trataba de convencerlos de cualquier manera.

— Arrancó el bus y nos dieron los asientos de los músicos, los últimos— terminó por decir José.

— Nos miraban con esa desconfianza y nosotros también con ese miedo— expresó Luis Castillo, uno de los exmilicianos de las FARC y desde niño amigo de José.

—  Antes se sentía uno berraco con un arma encima, se siente uno grandísimo y se siente un súper Rambo, esa es la realidad.

— Pero otra cosa es sin arma, a usted le provoca enterrarse por allá, para que nadie lo vea — concluyó.

No sabían a qué iban, ni para qué, solo esperaban que fuera el primer paso para la reconciliación. Todos tenían hoteles reservados, piscina y comida. Ellos solo llevaban la enramada de palabras atoradas en el corazón, queriendo salírseles.

Nos hicieron llorar las víctimas, nos levantaron el ánimo. — me dijo José, con nostalgia, mientras recordaba al lado de Luis, aquel día en el que dieron su primer paso.

— Nosotros entramos al grupo criminal por falta de oportunidades, no porque quisiéramos — terminó diciendo.   

Ese fue el día, en que estos dos amigos, Alias Castillo (Luis) y Alias el Grande (José), probaron el amargo sabor del desprecio, pero al mismo tiempo, del perdón.

1684266892431.jpg

***

Alias Castillo

​— A nosotros nos llegó primero lo ilegal que lo legal, nos hubiera llegado primero un balón, hubiéramos sido futbolistas. Una oportunidad de estudiar, hubiéramos sido agrónomos.

— Alguna carrera hubiéramos tenido, hubiéramos sido otra clase de sociedad.

— Cuando nos fuimos para las FARC éramos todavía unos adolescentes, conscientemente no sabíamos para donde íbamos, solo queríamos estar ahí— me dijo Luis, con una expresión de lamento, para tratar de explicar por qué entró a las FARC.

00:00 / 00:32
n.jpg

El entorno de Luis siempre fue guiado a un escenario de violencia. Su abuelo Constantino, con quien se crio, era analfabeta, no sabía leer o escribir. A pesar de ello, su ideología política desde el campo era clara: el comunismo. Tanto así que, en la faceta clandestina del partido, era él quien cuidaba el armamento.

— Tenía dos fusiles perrillos de los antiguos— me dijo Luis, quién al contarme eso, confesó su gusto desde niño por las armas.

Su niñez fue precedida de una comunidad enteramente entregada al comunismo y considerada “la cuna de luchas agrarias”. Así fue como las FARC aprovecharon para ingresar al territorio, ofreciendo seguridad.

— Nos dimos cuenta de que estábamos en el lugar equivocado, cuando ya estábamos dentro, ya no había forma de salir.

— Seguíamos ahí, por tener poder en Colombia.

Las necesidades del campo, el esfuerzo por salir adelante y las ganas de tener el poder, llevaron a Luis a pertenecer a las FARC, una decisión que casi le cuesta la vida en 1999:

— Me capturaron, me tiroteó el ejército y caí preso. Pero duré solo 28 meses, de ahí salí, y me reincorporé de nuevo a las FARC.

Aún la vida no le enseñaba el precio de pertenecer a esa organización: incertidumbre, peligro y soledad. Su segunda captura se aproximaba, cuando unos desertados en colaboración con la policía, revelaron su alias y ahora no solo tenía investigaciones, sino una orden de captura.

— En la segunda captura estaba haciendo un tránsito en Bogotá hacia El Llano. Nos sacaron de Viotá para presentarnos en otro frente.

— Estábamos haciendo una llamada, éramos seis, de esos, cuatro teníamos orden de captura. De una vez llegaron.

— Pero ese operativo fue bien raro, porque nos capturó el DAS y cuatro paramilitares.

— A nosotros nos llevaban para matarnos.

Un compañero, al sospechar la intención, llamó a los policías y prácticamente, lo entregó. Pero lo que parecía una total desgracia, fue el pitazo que le salvó la vida.

— Fue una salvación llegar a la cárcel, en comparación con lo que le esperaba con el DAS y los paramilitares ¿no? — pregunté, tratando de sacarle más palabras.

— ¡Uy sí!, yo creo. Porque a los días, encontramos a los mismo del operativo. Estuvieron presos con nosotros, y nos dijeron: “la orden era matarlos”.

00:00 / 00:26
m}.jpg

—Lo volví a encontrar en 2011, ya estaba preso, en la cárcel — me dijo Yuli Londoño, su actual pareja, que además de ser madre de ‘Danita’, su hija, fue su amiga del colegio.

— No sé cómo resultó en eso, llevamos 14 años juntos y no sé qué es una grosería o una mala palabra.

Para Luis, la compañía de Yuli es un nuevo renacer, porque su antigua vida quedó hecha trizas, y con ella, el recuerdo de sus hijos que ahora ven a su papá como un total desconocido:

​— Hice dos hijos en el trascurso de la guerra, pero nunca estuve con ellos— dijo, con mirada triste y sin ánimo. 

​— ¿Cómo lo recibieron sus hijos? — pregunté.

— ¡ASHHH! como una persona rara, no quedó ningún lazo.

Solo le queda Dana, que como el muy bien lo dice, “es una nueva oportunidad de vida”:

— Danita es la única que ha vivido con él. No hay queja, es un muy buen papá— dijo Yuli, para después soltar una carcajada.

Las secuelas de aquel pasado aún quedan dentro de él, se convirtió en un hombre muy desconfiado. Las pesadillas lo invaden. No se cree la libertad que hoy tiene y de la que un día fue privado:

— Él no asimila que está afuera, se asoma por la ventana, corre la cortinita— me dijo su esposa, tratando explicarme la forma en la que Luis confirma su libertad.

k.jpg

Ahora trata de borrar de la tierra viotuna, las huellas de aquellas botas empantanadas del conflicto. Trabaja por un verdadero cambio, empezando por el propio: estudia Ingeniería Agrónoma y recibe capacitación en cultivos de café y aguacate. Constantemente, se replantea si lo está haciendo bien, o si va por el camino correcto. Todo lo que un día lo hizo convertir su nombre en un alias, hoy son razones para trabajar por una mejor sociedad en la que los jóvenes, y especialmente su hija, puedan salir adelante.

—No aceptamos que llegue otro grupo armado. En la conciencia mía esta trabajar con las comunidades— culminó diciendo, con una sonrisa que reafirma su nueva meta.

Su prima, Maricruz Castillo, afirmada en el mesón de la cocina de su casa, me lo confirmó:

— Luis está más centrado en lo que él quiere lograr con este programa. Tuvo que pasar todo eso para centrarse.  

***

Alias El Grande

a.jpg
00:00 / 00:38

Ni siquiera la vida tan ajetreada de José, le permitió salvarse de su captura:

— Me invitaron a una reunión de otro frente, ya llevaba diez años. Me había retirado del frente de Silvania porque tenía un infiltrado entre los mismos milicianos.

— Cuando estaba cerca de la reunión, encontré un rastro de una bota americana en la parte alta de la montaña.

 

José, alias El Grande, en medio del monte por el que estaba caminando, decidió llamar al comandante del frente al que se dirigía:

— ¿Aló? Comandante, hay mucho rastro de bota.

— No, es que yo mandé esta mañana a unos muchachos a que le aseguraran el alto, tal vez son ellos – dijo el comandante.

 

Después de lo dicho, se confió de que su ruta estaba asegurada. Nada podía pasar, estaban en su terreno, desconocido para todos, y, además, bien armados.

— Cuando sigo como a 200 metros caí en toda la mitad de la emboscada.

— ¡Quietos ahí, no se muevan! — gritó un policía del operativo, escondido detrás de los árboles.

— Me tiré al suelo y se prendió el tiroteo.

 

Ese 30 de abril de 2003, en compañía de dos milicianos, y un joven de 14 años, quien se había unido a ellos para que lo guiaran a su destino, alias El Grande perdió su libertad. No sin antes sufrir las consecuencias de aquel operativo que le arrebató a uno de sus compañeros:

— ¡¡¡Cárguelo, pues!!!— le dijeron los policías, con despotismo, refiriéndose al amigo que acababan de asesinar.

— Me tocó cargarlo, ¡yo mismo!  Era un vecino de aquí de Viotá, había ingresado hace tres meses.

— Verlo muerto me dolió mucho.

— Me tocó cargarlo como unos 300 metros, del monte hasta la carretera, mientras yo estaba capturado y   sangrado.

Cuando ingresó a las FARC tenía 20 años, tenía esposa e hijos, después de su captura, nunca más supo de ellos. Fue condenado a 40 años de prisión. Lamenta la vez que decidió aceptar la oferta de esta organización, escuchar sus estatutos y renunciar a la posibilidad de tener una vida normal.

No pudo terminar sus estudios, no pudo disfrutar su infancia, no pudo jugar fútbol o dedicarse al campo. Le vendieron una vida de mentiras, en la que prometían poder y justicia. Pero que se convirtió en una vida estrictamente vigilada, acatando órdenes y escapando de todos lados:

 —  ¿Qué pasaba si fallaban en algo? — pregunté intrigada, con ganas de conocer su vida dentro de las FARC.

— Dependiendo la magnitud. Si uno se negaba, o lo hacía mal, había una sanción.

— ¿Cómo era la sanción?

— Nos mandaban de primeras a una toma guerrillera, por ejemplo.

 

“¿Es bravo para echar plomo?, pues métase con los tombos que esos si les responden”, eran las palabras de los altos mandos de las FARC, cuando alguno de ellos cometía un error que los ponía en riesgo. En la organización, cualquier paso en falso podía llevarlos a un consejo de guerra, y en el peor de los casos, a perder la vida.

— Unos regresaban, y a otros los mataban.

— Ahí cogíamos miedo, entonces: si la cago me mandan para que me maten - me dijo, con cierto esfuerzo en la voz al recordar el régimen de las FARC.

“En momentos uno quería botar la toalla, pero la policía nos conocía”, expresó, luego de dar un suspiro. Para el mundo, José ya no era un joven campesino nacido en Viotá, era alias “El Grande”, comandante del frente de Silvania y Fusagasugá en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Entregarse era vivir de por vida en la cárcel, con cero consideraciones y tratado como un delincuente más. Entonces, la única solución “era vencer o morir”.

Solo hasta después de 14 años y 4 meses, volvió a ver la luz del sol, a respirar aire puro, tocar tierra fértil y a reconstruir su vida:

— Salí en las negociaciones del 2017— comentó, con un tono de voz alegre que indicaba el comienzo de su nueva vida.

Se acomodó en su asiento, tomó un sorbo de café con panela que nos habían ofrecido en la casa, que, en ese momento, gozaba con la compañía de víctimas y excombatientes. — Después de 50 años, tengo una hija, es lo único que tengo— expresó con alegría, con ojos de enamorado y tranquilidad.

— Es como si fuera papá por primera vez a sus 50 años. Mara es su vida— Me dijo su esposa, Edith Bernal, refiriéndose a la relación entre José y su hija.

— Él me contó su vida, lo que hizo, lo que fue. Me preguntó si yo también lo iba a juzgar— terminó diciéndome, con cierta discreción, por las veces en que su esposo dudaba de que lo amara.

Ahora, José dejó su pasado y su alias atrás, inició una nueva vida, la vida que debió tener si no se hubiera topado con las FARC. Está en la búsqueda de una reconciliación, pero sin olvidar lo vivido, porque sabe que eso es parte de lo que es, sobre todo, su etapa en la cárcel:

q.jpg

— ¿Cómo era la vida en la cárcel? — le pregunté.

— Fue duro. Yo conocí como unas 10 a 12 cárceles. La más dura fue la de La Dorada, Caldas, pasé 3 años.

 A veces me sueño mucho en la cárcel. Sueño con las rascadas, que es cuando llega la guardia a requisarnos y lo bajan a uno desnudo, como Dios lo trajo al mundo. 

00:00 / 00:22

Para José nada fue tan difícil como la vida en la cárcel, porque hasta para ver la luz del sol tenía horario:

 A mí me marcó definitivamente, porque no soy capaz de dormir con otra persona al lado, porque en la cárcel vivíamos solos.

— Duré siete años solo en una celda, solo en mi habitación. La guardia pasaba a medianoche, para ver si estaba o no.

— Pero quedé marcado, por ejemplo, si mi mujer se acuesta al pie de la cama estoy incómodo, la toco para confirmar que sea ella— culminó diciendo, mientras su mirada se perdía tratando de recordarlo.

***

u.jpg
00:00 / 00:53

Hoy ellos son: José Viracachá y Luis Castillo. Miembros de Asotourpaz, una asociación de la gente viotuna, que les ha costado mucho construir. Sin saber cómo hacerlo, se arriesgaron y actualmente, ofrecen varios servicios, que con el paso del tiempo siguen ampliándose: marca de arepas, libros y cultivos de café, que piensan comercializar por su cuenta.

Los lazos que por un buen tiempo estaban rotos, hoy son tejidos por la tierra bendita en la que viven:

— Este experimento ha sido muy bueno, aunque yo no cometí delitos acá, pues pertenecí al grupo que sí — respondió José, convencido de que su vida de hoy está dando buenos frutos.

— Es un proceso de reconciliación con ellos y con nosotros mismo, porque hay que luchar por estas banderas de desigualdad— dijo Luis, mientras giraba hacia un lado mirando a José— No necesitamos un arma para superarnos, para aprender. Lo podemos hacer desde lo legal.

y.jpg
00:00 / 00:39
bottom of page